Damos demasiada importancia a todo lo que nos sucede. No es que debamos pasar por la vida sin rozarla siquiera, pero debemos aprender a ponderar y en esa toma de medidas saber equilibrar lo que tiene mayor o menor transcendencia.
Estamos en un momento histórico en el que de todo, sobre todo aquello que esté relacionado con el “parecer” ante los demás y el “sentirse poderoso”, hacemos una asignatura pendiente.
Nos sometemos a una presión excesiva en el intento de estar siempre bien física y psicológicamente. Hay que ser lo más atractivos posible, lucir los mejores vestidos a los que nuestro presupuesto de lugar, alcanzar las mayores cotas de éxito en el trabajo y ni que decir tiene, la importancia que llega a cobrar, ir acompañado por alguien que aporte aún más lujo a nuestra vida.
Del otro lado, se sitúan los que deben conformarse con estar en el punto de descenso continuamente. Pero esas personas, por desgracia, en nuestras sociedades son invisibles a los ojos de una clase media que intenta por todos los medios parecerse a la siguiente en la escala.
Nos empeñamos en escalar demasiado alto, exigimos a los nuestros que sigan a los que tienen un perfil más exitoso y obviamos que la vida pasa en un soplo y que si algo hay que preparar, en primer lugar, es la estructura de las emociones para determinar una escala de valores que no devore a la persona y que la sitúe en un plano de felicidad sostenible y real que verdaderamente compense.
La vida es efímera y desgraciadamente, salvo para los que te quieren de verdad, todo se olvida demasiado pronto.
Estamos acostumbrados a que la muerte y las desgracias coman con nosotros frente a nuestra mesa en la pantalla de la TV, a recibir noticias impactantes de amigos que tienen su sentencia en una enfermedad sorpresiva, a enterarnos de muertes inesperadas que fulminan el corazón con la rapidez con la que se producen…pero en realidad…todo lo olvidamos rápidamente…y la vida sigue.
Sigue con y sin nosotros.
Por eso, no vale equivocarnos en los criterios de referencia cuando establecemos las prioridades para comportarnos en ella, ni cuando los utilizamos para exigirlo a quienes nos importan. Porque lo que de verdad es transcendente es lo bondadosos, compasivos y generosos que seamos y sobre todo, la capacidad de amar que nos acompañe. Es lo que dejará un rastro. Un perfume especial que tardará en extinguirse.
El resto…es siempre materia del olvido.
Fuente:
mirarloquenoseve.blogspot.com.
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