sábado, 3 de abril de 2010

Presente


LA DIMESIÓN DE LO ESPIRITUAL
SOLO EMPIEZA CUANDO NO HAY PENSAMIENTOS.
 
 Los pensamientos son cosas materiales, muy sutiles,
y todas las cosas materiales necesitan espacio.
 
Cuando estás en el presente sin pensar,
eres espiritual por primera vez.
Se abre una nueva dimensión,
la dimensión de la consciencia.
 
Si te mueves de un pensamiento a otro,
sigues estando en el mundo del tiempo.
 
Si te mueves hacia dentro del momento,
no del pensamiento, te mueves hacia la eternidad.
 
Extracto del libro
"Conciencia" La clave para vivir en equilibrio".
Osho
Lía

¿Que dice el Libro de Urantia sobre la Resurrección de Cristo?

Lo que dice el Libro de Urantia (LU)... Hacia una nueva percepciòn

EL VIERNES por la tarde, poco después del entierro de Jesús, el jefe de los arcángeles de Nebadon, a la sazón presente en Urantia, convocó su concilio para la resurrección de las criaturas volitivas durmientes y empezó a considerar las posibles técnicas de restitución de Jesús. Estos hijos del universo local, las criaturas de Micael, reunidos tomaron esta decisión por sí solos; Gabriel no los había convocado. A medianoche ya habían llegado a la conclusión de que la criatura nada podía hacer para facilitar la resurrección del Creador. Estaban dispuestos a aceptar el consejo de Gabriel, quien les instruyó que, puesto que Micael había «dado su vida por su propio y libre albedrío, tiene también el poder de volver a tomar posesión de ésta según su propia decisión». Poco después de que se levantara este concilio de arcángeles, los Portadores de Vida, y sus varios asociados en la tarea de rehabilitación de la criatura y de creación morontial, el Ajustador Personalizado de Jesús, personalmente a cargo de las huestes celestiales reunidas en ese momento en Urantia, dijo estas palabras a los espectadores en ansiosa espera:

«Ninguno de vosotros puede hacer nada para ayudar a vuestro Padrecreador a retornar a la vida. Como mortal del reino él ha experimentado la muerte mortal; como Soberano de un universo, él vive. Lo que observáis es el tránsito mortal de Jesús de Nazaret de la vida en la carne a la vida en la morontia. El tránsito espiritual de este Jesús fue completado en el momento en que yo me separé de su personalidad y asumí el cargo de director temporal de vosotros. Vuestro Padre-creador ha elegido pasar a través de la experiencia total de sus criaturas mortales, desde el nacimiento en los mundos materiales, a través de la muerte natural y la resurrección morontial, hasta el estado de existencia espiritual verdadera. Estáis a punto de observar cierta fase de esta experiencia, pero no podéis participar en ésta. Esas cosas que vosotros ordinariamente hacéis por la criatura, no podéis hacerlas por el Creador. Un Hijo Creador tiene en sí mismo el poder de autootorgarse en semejanza de cualquiera de sus hijos creados; él tiene en sí mismo el poder de ofrendar su vida observable y de volver a poseerla; y él tiene este poder por mando directo del Padre del Paraíso, y yo sé de qué yo digo».

Cuando escucharon las palabras del Ajustador Personalizado, todos ellos, desde Gabriel hasta el querubín más humilde, adoptaron una actitud de ansiosa expectativa. Veían el cuerpo mortal de Jesús en el sepulcro; detectaban síntomas de la actividad universal de su Soberano amado; y como no comprendían estos fenómenos, esperaron pacientemente lo que sobrevendría.

EL TRÁNSITO MORONTIAL


A las dos cuarenta y cinco del domingo por la madrugada, la comisión de encarnación del Paraíso, formada de siete personalidades del Paraíso no identificadas,
llegó al sitio, desplegándose inmediatamente alrededor del sepulcro. A las tres menos diez, comenzaron a emanar del nuevo sepulcro de José intensas vibraciones de actividades materiales y morontiales combinadas, y dos minutos después de las tres este domingo por la mañana, 9 de abril del año 30 d. de J.C., la forma y personalidad morontial resucitada de Jesús de Nazaret salió del sepulcro.

Cuando Jesús resucitado emergió de su tumba, el cuerpo de carne en el que había vivido y trabajado en la tierra por casi treinta y seis años aún yacía allí en el nicho del sepulcro, tal cual y envuelto en el sudario de lino, tal como lo dispusieran para su reposo José y sus asociados el viernes por la tarde. La piedra de la entrada del sepulcro tampoco fue movida para nada; el sello de Pilato permanecía intacto; los soldados aún estaban de centinela. Los guardianes del templo habían permanecido continuamente de guardia; la guardia romana fue reemplazada a la medianoche. Ninguno de estos seres vigilantes sospechó que el objeto de su vigila se había levantado, en una nueva y más alta forma de existencia, y que el cuerpo que ellos estaban vigilando ya no era sino un indumento exterior desechado, ya sin conexión alguna con la personalidad morontial entregada y resucitada de Jesús.

La humanidad es lenta en percibir que, en todo lo personal, la materia es el esqueleto de morontia, y que ambos constituyen la sombra reflejada de la realidad espiritual duradera. ¿Cuánto tiempo pasará hasta que lleguéis a considerar que el tiempo es la imagen móvil de la eternidad y el espacio la sombra huidiza de las realidades del Paraíso?

Por lo que podemos juzgar, ninguna criatura de este universo ni personalidad de otros universos tuvo nada que ver con esta resurrección morontial de Jesús de Nazaret. El viernes, él dio su vida como un mortal del reino; el domingo por la mañana, la volvió a poseer como un ser morontial del sistema de Satania en Norlatiadek. Mucho hay sobre la resurrección de Jesús que nosotros no comprendemos. Pero sí sabemos que ocurrió tal como lo hemos declarado y aproximadamente a la hora indicada. También podemos registrar que todos los fenómenos conocidos asociados con este tránsito mortal, o resurrección morontial, ocurrieron allí mismo, en el nuevo sepulcro de José, donde yacían los restos mortales de Jesús envueltos en las vendas fúnebres.

Sabemos que ninguna criatura del universo local participó en este despertar morontial. Percibimos las siete personalidades del Paraíso que rodean la tumba, pero no los vimos hacer nada en relación con el despertar del Maestro. En el momento en que Jesús apareció junto a Gabriel, encima del sepulcro, las siete personalidades del Paraíso indicaron su intención de partir inmediatamente para Uversa.


Aclaremos para siempre el concepto de la resurrección de Jesús con las siguientes declaraciones:

1. Su cuerpo material o físico no fue parte de la personalidad resurgida. Cuando Jesús salió de la tumba, sus restos carnales permanecieron sin cambios en el sepulcro. El emergió del sepulcro, sin desplazar las piedras que cerraban la entrada y sin romper los sellos de Pilato.

2. No salió de la tumba como espíritu ni como Micael de Nebadon; no apareció en forma de Soberano Creador, como había sido antes de su encarnación en la semejanza de carne mortal en Urantia.

3. Salió de esta tumba de José en la misma semejanza de las personalidades morontiales de los que, como seres ascendentes morontiales resucitados, emergen de las salas de resurrección del primer mundo de estancia de este sistema local de
Satania.
Y la presencia del monumento a Micael en el centro del vasto patio de las salas de resurrección en el primer mundo de estancia nos lleva a conjeturar que la resurrección del Maestro en Urantia fue en cierto modo fomentada en éste, el primero de los mundos de estancia del sistema.

El primer acto de Jesús al levantarse de la tumba fue saludar a Gabriel e instruirlo que continuara con el cargo ejecutivo de los asuntos del universo bajo Emanuel; solicitó luego al jefe de los Melquisedek que transmitiera a Emanuel sus saludos fraternales. Entonces pidió él al Altísimo de Edentia la certificación de los Ancianos de los Días en cuanto a su tránsito mortal; y volviéndose hacia los grupos morontiales de los siete mundos de estancia, allí reunidos para saludar y dar la bienvenida a su Creador en semejanza de criatura de su orden, Jesús dijo las primeras palabras de su carrera postmortal. Dijo el Jesús morontial: «Habiendo completado mi vida en la carne, deseo permanecer aquí por un corto período de transición, para poder conocer más plenamente la vida de mis criaturas ascendentes y revelar ulteriormente la voluntad de mi Padre en el Paraíso».

Después que hubo hablado Jesús, hizo un gesto al Ajustador Personalizado, y todas las inteligencias de este universo que se habían reunido en Urantia para presenciar la resurrección fueron inmediatamente despachadas a sus respectivas asignaciones en el universo.

A continuación inició Jesús los contactos con el nivel morontial, siendo presentado, como criatura, a los requisitos de la vida que había elegido vivir, por un corto período, en Urantia. Esta iniciación en el mundo morontial requirió más de una hora de tiempo terrestre y fue interrumpida dos veces por su deseo de comunicarse con sus previas asociadas en la carne cuando éstas salieron de Jerusalén para espiar la tumba vacía y descubrir maravilladas lo que ellas consideraban prueba de su resurrección.

Ya se ha completado el tránsito mortal de Jesús: la resurrección morontial del Hijo del Hombre. La experiencia transitoria del Maestro como personalidad intermedia entre lo material y lo espiritual, ha comenzado. Él lo ha hecho todo mediante su poder inherente; ninguna personalidad le ha dado ayuda alguna. Ahora vive como Jesús de morontia, y al comenzar su vida morontial, su cuerpo material carnal yace tal cual en la tumba. Lo soldados siguen vigilando, y las piedras de la entrada permanecen selladas por el sello del gobernador.

EL CUERPO MATERIAL DE JESÚS

A las tres y diez, mientras el Jesús resurgido fraternizaba con las personalidades morontiales reunidas de los siete mundos de estancia de Satania, el jefe de los arcángeles —los ángeles de la resurrección— se acercó a Gabriel y pidió el cuerpo mortal de Jesús. Dijo el jefe de los arcángeles: «Se entiende que no participemos en la resurrección morontial de la experiencia autootorgadora de Micael nuestro soberano; pero quisiéramos que sus restos mortales fueran entregados a nuestra custodia para su disolución inmediata. No tenemos la intención de utilizar nuestra técnica de desmaterialización; simplemente queremos invocar el proceso del tiempo acelerado. Basta con que hayamos presenciado la vida y la muerte del Soberano en Urantia; las huestes celestiales querrían ahorrarse el recuerdo de soportar el espectáculo de la lenta putrefacción de la forma humana del Creador y Sostenedor de un universo. En nombre de las inteligencias celestiales de todo Nebadon, solicito un mandato que se me entregue la custodia de los restos mortales de Jesús de Nazaret y que nos dé la autoridad para proceder a su disolución inmediata».
Después de conferenciar Gabriel con el decano de los Altísimos de Edentia, el arcángel portavoz de las huestes celestiales recibió el permiso para disponer de los restos físicos de Jesús de la manera que él considerara apropiada.

Una vez que el jefe de los arcángeles obtuvo el permiso, llamó a muchos de sus semejantes para que le ayudaran, juntamente con numerosas huestes de representantes de todas las órdenes de las personalidades celestiales y, con la ayuda de los seres intermedios de Urantia, se hizo cargo del cuerpo físico de Jesús. Este cuerpo mortal era una creación puramente material; era físico y literal; no se lo podía sacar de la tumba en la forma en que escapara del sepulcro sellado la forma morontial de la resurrección. Con la ayuda de ciertas personalidades auxiliares morontiales, la forma morontial puede transformarse en cierto momento como en espíritu, volviéndose indiferente a la materia común, mientras que en otro momento puede ser discernible y accesible por los seres materiales, tales como los mortales del reino.

Para sacar el cuerpo de Jesús del sepulcro, en preparación para disponer de los restos digna y reverentemente mediante una disolución casi instantánea, a los seres intermedios secundarios de Urantia se les dio la tarea de hacer rodar las piedras de la entrada de la tumba. La más grande de las dos piedras era una gran roca redonda, semejante a una rueda de molino, y se movía dentro de una huella abierta en la roca, de modo que se la podía hacer rodar hacia atrás y hacia adelante para abrir o cerrar la tumba. Cuando los guardianes judíos y los soldados romanos, en la escasa luz de la madrugada, vieron que esa enorme piedra comenzaba a rodar abriendo la entrada de la tumba, aparentemente por sí sola —en ausencia de todo medio visible que explicara tal movimiento— los dominó el terror y el pánico, y huyeron del sitio de prisa. Los judíos huyeron a su casa, volviendo más tarde para relatar estas cosas a su capitán en el templo. Los romanos huyeron al fuerte de Antonia e informaron al centurión sobre lo que habían visto en cuanto él llegó al cuartel.

Los líderes judíos se metieron en la sórdida tarea de supuestamente deshacerse de Jesús, sobornando al traicionero Judas; ahora, al enfrentarse con esta situación embarazosa, en vez de pensar que castigaran a los guardianes por haber abandonado su puesto, ellos los sobornaron, así como también a los soldados romanos. Pagaron una suma de dinero a cada uno de estos veinte hombres y les instruyeron que dijeran a todos: «Durante la noche, mientras estábamos durmiendo, se precipitaron sobre nosotros los discípulos y se llevaron el cuerpo». Y los líderes judíos prometieron solemnemente a los soldados que los defenderían ante Pilato en caso de que alguna vez el gobernador se enterase de que ellos se habían dejado sobornar.

La creencia cristiana de la resurrección de Jesús se ha basado en el hecho de la «tumba vacía». Fue en verdad un hecho de que la tumba estaba vacía, pero ésta no fue la verdad de la resurrección. La tumba estaba realmente vacía cuando llegaron los primeros creyentes, y este hecho, asociado con el de la resurrección indudable del Maestro, llevó a la formulación de una creencia que no era verdad: la enseñanza de que el cuerpo material y mortal de Jesús había resucitado del sepulcro. La verdad relacionada con las realidades espirituales y los valores eternos, no siempre puede deducirse de la combinación de hechos aparentes. Aunque ciertos hechos pueden ser materialmente verdad, esto no significa que la asociación de un grupo de hechos deba necesariamente conducir a conclusiones espirituales verdaderas.
La tumba de José estaba vacía, no porque el cuerpo de Jesús hubiera sido rehabilitado ni resucitado, sino porque las huestes celestiales habían solicitado, y recibido el permiso, para realizar una disolución especial y singular, un retorno del «polvo al polvo» evitando la intervención del paso del tiempo y el efecto de los procesos ordinarios y visibles de la descomposición mortal y la corrupción material.
Los restos mortales de Jesús sufrieron el mismo proceso natural de desintegración de los elementos que caracteriza a todos los cuerpos humanos en la tierra, excepto que, en cuanto al paso del tiempo, este modo natural de disolución fue grandemente acelerado, hasta el punto en que se volvió casi instantáneo.

Las verdaderas pruebas de la resurrección de Micael son de naturaleza espiritual, aunque esta enseñanza haya sido corroborada por el testimonio de muchos mortales del reino que se encontraron con el Maestro morontial resucitado, lo reconocieron, y comulgaron con él. Él fue parte de la experiencia personal de casi mil seres humanos, antes de despedirse finalmente de Urantia.
Éste es pues el relato de los acontecimientos de la resurrección de Jesús visto por los que tuvieron la oportunidad de presenciarlos mientras realmente ocurrían, sin las limitaciones de una visión humana parcial y restringida.
El Libro de Urantia

Las Lecciones de la Cruz...


Lo que dice el Libro de Urantia ( LU) ... hacia una nueva percepciòn

La cruz de Jesús retrata la medida plena de la devoción suprema del verdadero pastor aun por los miembros de su rebaño que no la merecen. Coloca para siempre todas las relaciones entre Dios y el hombre sobre la base de familia। Dios es el Padre; el hombre es su hijo. El amor, el amor de un padre por su hijo, se torna en la verdad central de las relaciones universales del Creador con la criatura —no la justicia de un rey que busca satisfacción en el sufrimiento y en el castigo de sus súbditos malvados.

La cruz por siempre muestra que la actitud de Jesús hacia los pecadores no fue ni de condenar ni de condonar, sino más bien de salvación eterna y amante. Jesús es en verdad un salvador en el sentido de que su vida y su muerte atraen a los hombres a la bondad y a la sobrevivencia recta. Jesús ama tanto a los hombres que este amor despierta la respuesta amorosa en el corazón humano. El amor es verdaderamente contagioso y eternamente creativo. La muerte de Jesús en la cruz ejemplifica un amor que es lo suficientemente fuerte y divino como para perdonar el pecado y absorber toda maldad. Jesús reveló a este mundo una calidad más alta de rectitud que la justicia —el mero concepto técnico del bien y del mal. El amor divino no solamente perdona las faltas; las absorbe y realmente las destruye. El perdón del amor trasciende enteramente el perdón de la misericordia. La misericordia pone a un lado la culpa del mal; pero el amor destruye para siempre el pecado y toda debilidad que de él resulte. Jesús trajo a Urantia un nuevo método de vivir. Nos enseñó a no resistir al mal sino a encontrar a través de él la bondad que destruye al mal eficazmente. El perdón de Jesús no es condonar; es la salvación de la condenación. La salvación no le resta importancia a la falta; la enmienda. El verdadero amor no transige con el odio ni lo condena, sino lo destruye. El amor de Jesús no está nunca satisfecho con el simple perdón. El amor del Maestro implica rehabilitación, sobrevivencia eterna. Es totalmente propio hablar de salvación como redención, si con eso significáis esta rehabilitación eterna.
Jesús, por el poder de su amor personal por los hombres, pudo romper la garra del pecado y del mal. De esa manera liberó al hombre para que éste pudiera elegir los mejores caminos del vivir. Jesús ilustró una liberación del pasado que en sí misma prometía el triunfo del futuro. El perdón proveyó así la salvación. La belleza del amor divino, una vez que entra plenamente en el corazón humano, destruye para siempre el encanto del pecado y el poder del mal.
Los sufrimientos de Jesús no se limitaron a su crucifixión. En realidad, Jesús de Nazaret pasó más de veinticinco años en la cruz de la existencia mortal real e intensa. El verdadero valor de la cruz consiste en el hecho de que fue la expresión suprema y final de su amor, la revelación completa y plena de su misericordia.
En millones de mundos habitados, incontables billones de criaturas evolutivas que podían haber sido tentadas a abandonar la lucha moral y la buena lucha de la fe, han visto nuevamente a Jesús en la cruz y entonces han procedido hacia adelante, inspirados por la vista de un Dios que da su vida encarnada devotamente al servicio altruista del hombre.
El triunfo de la muerte en la cruz queda resumido en el espíritu de la actitud de Jesús hacia los que lo atormentaban. Convirtió la cruz en el símbolo eterno del triunfo del amor sobre el odio y de la victoria de la verdad sobre el mal al orar: «Padre, perdónalos, porque no saben qué están haciendo». Esa devoción de amor fue contagiosa en todo un vasto universo; los discípulos se contagiaron de su Maestro. El primer maestro de este evangelio que tuvo que poner su vida al servicio del evangelio, dijo, mientras lo apedreaban a muerte: «No cargues este pecado a su cuenta».
La cruz hace el llamado supremo a lo mejor que hay en el hombre porque nos revela a aquél que estuvo dispuesto a ofrendar su vida al servicio de sus semejantes.
El hombre no puede tener mayor amor que éste: estar dispuesto a dar la vida por sus amigos. Y Jesús tenía tal amor que estaba dispuesto a dar la vida por sus enemigos, el más grande amor que se había conocido hasta ese momento en la tierra.
Este sublime espectáculo de la muerte de Jesús humano en la cruz del Gólgota ha sobrecogido las emociones de los mortales, tanto en Urantia como en otros mundos, y ha producido al mismo tiempo una mayor devoción de los ángeles.
La cruz es el símbolo elevado del servicio sagrado, la dedicación de la propia vida al bienestar y salvación de los semejantes. La cruz no es el símbolo del sacrificio del Hijo de Dios inocente en sustitución de los pecadores culpables, ni para apaciguar la ira de un Dios ofendido, pero permanece para siempre en la tierra y en todo el vasto universo, como símbolo sagrado de los buenos que se autootorgan para los malos y que, al hacer así, los salvan mediante esta misma devoción de amor. La cruz es el símbolo de la forma más alta de servicio altruista, la devoción suprema del otorgamiento pleno de una vida recta en el servicio de un ministerio incondicionado, aun en la muerte, la muerte en la cruz. La presencia misma de este gran símbolo de la vida autootorgadora de Jesús nos inspira verdaderamente a todos nosotros a ir y hacer lo mismo.
Cuando los hombres y mujeres pensantes contemplan a Jesús ofreciendo su vida en la cruz, ya no se atreverán a quejarse nuevamente ni siquiera por los sufrimientos más grandes de la vida, y mucho menos por las pequeñas dificultades o por sus muchas penas puramente ficticias. Su vida fue tan gloriosa y su muerte tan triunfal que todos nos sentimos atraídos a querer compartir ambas. Hay un verdadero poder de atracción en todo el autootorgamiento de Micael, desde los días de su juventud hasta el espectáculo sobrecogedor de su muerte en la cruz.
Aseguraos pues de que cuando contempléis la cruz como revelación de Dios, no miréis con los ojos del hombre primitivo ni con el punto de vista del bárbaro posterior, pues ambos consideraban a Dios como un Soberano severo de dura justicia y rígida ley. Más bien aseguraos de que veis en la cruz la manifestación final del amor y de la devoción de Jesús en su misión de la vida en autootorgamiento a las razas mortales de su vasto universo. Ved en la muerte del Hijo del Hombre la cumbre del amor divino del Padre por sus hijos en las esferas de los mortales. La cruz retrata así la devoción del afecto voluntarioso y el otorgamiento de salvación voluntaria sobre los que están dispuestos a recibir estos dones y esta devoción. No hubo nada en la cruz que el Padre solicitara — sólo lo que Jesús tan voluntariamente dio, negándose a evitarlo.
Si el hombre no puede de otra manera apreciar a Jesús y comprender el significado de su autootorgamiento en la tierra, por lo menos puede comprender el compañerismo de sus sufrimientos mortales. Ningún hombre debe temer nunca que el Creador no sepa la naturaleza o grado de sus aflicciones temporales.
Sabemos que la muerte en la cruz no fue para reconciliar al hombre con Dios sino para estimular al hombre a la comprensión del amor eterno del Padre y de la misericordia sin fin de su Hijo, y para difundir estas verdades universales a todo un universo।

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El Libro de Urantia.

viernes, 2 de abril de 2010

El Significado de la Muerte en la Cruz...

Lo que dice el libro de Urantia (LU)... hacia una nueva percepciòn ...

A pesar de que Jesús no murió esta muerte en la cruz para expiar la culpa racial del hombre mortal ni para proporcionar algún tipo de acercamiento eficaz a un Dios, que en otro caso, se sentiría ofendido y que no perdonaría; aunque el Hijo del Hombre no se ofreció como sacrificio para apaciguar la ira de Dios y para abrir el camino para que el hombre pecador obtuviera la salvación; a pesar de que estas ideas de expiación y propiciación son erróneas, existen sin embargo significados en esta muerte de Jesús en la cruz que no deben ser pasados por alto. Es un hecho que Urantia se conoce entre otros planetas vecinos habitados como «el mundo de la cruz».
Jesús quiso vivir una vida mortal plena en la carne en Urantia. La muerte es, ordinariamente, parte de la vida. La muerte es el último acto del drama mortal. En vuestros esfuerzos bien intencionados para escapar a los errores supersticiosos de la falsa interpretación del significado de la muerte en la cruz, debéis evitar el grave error de no percibir el auténtico significado y la verdadera importancia de la muerte del Maestro.
El hombre mortal no fue nunca propiedad de los grandes embusteros. Jesús no murió para rescatar al hombre de las garras de los gobernantes apóstatas y de los príncipes caídos de las esferas. El Padre en el cielo nunca concibió una injusticia tan burda como la de condenar un alma mortal por las malas acciones de sus antepasados. Tampoco fue la muerte del Maestro en la cruz un sacrificio consistente en pagarle a Dios una deuda que la raza humana le debía.
Antes de que Jesús viviese en la tierra, tal vez podríais haber estado justificados en creer en un Dios semejante, pero no podéis pensar así desde que el Maestro vivió y murió entre vuestros semejantes mortales. Moisés enseñó la dignidad y la justicia de un Dios Creador; pero Jesús representó el amor y la misericordia de un Padre celestial.
La naturaleza animal —la tendencia al mal— puede ser hereditaria, pero el pecado no se transmite de padre a hijo। El pecado es el acto deliberado y consciente de rebeldía contra la voluntad del Padre y las leyes de los Hijos cometido por una criatura volitiva.

Jesús vivió y murió para todo un universo, no solamente para las razas de este mundo. Aunque los mortales de los reinos tenían salvación aun antes de que Jesús viviese y muriese en Urantia, es sin embargo un hecho de que su autootorgamiento en este mundo iluminó grandemente el camino de la salvación; su muerte mucho hizo por aclarar para siempre la certeza de la sobrevivencia mortal después de la muerte en la carne.
Aunque no sea adecuado hablar de Jesús como de uno que se sacrifica, un rescatador, o un redentor, es totalmente correcto referirse a él como un salvador. El hizo para siempre más claro y seguro el camino de la salvación (sobrevivencia); mostró mejor y más certeramente el camino de la salvación para todos los mortales de todos los mundos del universo de Nebadon.
Una vez que captéis la idea de Dios como Padre verdadero y amante, el único concepto que Jesús enseñó, para ser consistentes debéis de ahí en adelante, abandonar completamente todos esos conceptos primitivos sobre Dios como monarca ofendido, gobernante rígido y todopoderoso cuyo mayor deleite consiste en sorprender a sus súbditos en el error y en asegurarse de que sean castigados debidamente, a menos que otro ser casi igual a él mismo ofrezca sufrir por ellos, morir como substituto y en su lugar. Toda la idea del rescate y de la expiación es incompatible con el concepto de Dios tal como lo enseñó y ejemplificó Jesús de Nazaret. El amor infinito de Dios no es secundario a nada en la naturaleza divina.
Este concepto de expiación y salvación a base de sacrificios está arraigado y anclado en el egoísmo. Jesús enseñó que el servicio al prójimo es el concepto más alto de la hermandad de los creyentes espirituales. La salvación debe darse por sentado por los que creen en la paternidad de Dios. La mayor preocupación del creyente no debe ser el deseo egoísta de la salvación personal sino más bien el impulso altruista al amor, y por lo tanto al servicio del prójimo así como Jesús amó y sirvió a los hombres mortales.
Tampoco han de preocuparse mucho los creyentes genuinos por el futuro castigo del pecado. El verdadero creyente tan sólo se preocupa por su separación actual de Dios. Es verdad que los padres sabios pueden castigar a sus hijos, pero lo hacen por amor y con fines correctivos. No castigan porque estén airados, tampoco castigan como retribución.
Aunque fuera Dios el monarca rígido y legal de un universo en que gobernara supremamente la justicia, con certeza no estaría satisfecho con el esquema infantil de sustituir a un sufriente inocente por un ofensor culpable.
Lo extraordinario de la muerte de Jesús, tal como se relaciona con el enriquecimiento de la experiencia humana y la expansión del camino de la salvación, no es el hecho de su muerte sino más bien la manera superior y el espíritu incomparable con que se enfrentó a su muerte.
Toda esta idea del rescate de la expiación coloca la salvación en un plano de irrealidad; tal concepto es puramente filosófico। La salvación humana es real; está basada en dos realidades que pueden ser captadas por la fe de la criatura e incorporarse de esa manera a la experiencia humana de cada individuo: el hecho de la paternidad de Dios y su verdad correlacionada, la hermandad del hombre. Es verdad, después de todo, que se os «perdonarán vuestras deudas, aun como vosotros perdonáis a vuestros deudores».

Documento 188 pag 2016/2017

La Muerte de Jesús en relación a la Pascua

Lo que dice el libro de Urantia (LU) ... hacia una nueva percepción.

No existe una relación directa entre la muerte de Jesús y la Pascua judía. Es verdad que el Maestro entregó su vida en la carne en este día, el día de preparación para la Pascua judía, y alrededor de la hora en que se sacrificaba los corderos pascuales en el templo. Pero este acontecimiento coincidente no indica de ninguna manera que la muerte del Hijo del Hombre en la tierra tenga relación alguna con el sistema sacrificatorio judío. Jesús era judío, pero como Hijo del Hombre era un mortal de los reinos. Los acontecimientos ya narrados que condujeron a esta hora de crucifixión inminente del Maestro son suficientes para indicar que su muerte aproximadamente en ese momento fue un asunto puramente natural y en manos de los hombres.
Fue el hombre y no Dios quien planeó y ejecutó la muerte de Jesús en la cruz. Es verdad que el Padre se negó a interferir en la marcha de los acontecimientos humanos en Urantia, pero el Padre en el Paraíso no decretó, no demandó, ni requirió la muerte de su Hijo de la manera como se la llevó a cabo en la tierra. Es un hecho que de alguna forma, tarde o temprano, Jesús habría tenido que despojarse de su cuerpo mortal, dando fin a su encarnación, pero podría haberlo hecho de maneras incontables, sin morir en una cruz entre dos ladrones. Todo esto fue obra del hombre, no de Dios.
A la hora del bautismo del Maestro, él ya había cumplido con la técnica de la experiencia requisita en la tierra y en la carne, necesaria para que concluyera su séptimo y último autootorgamiento en el universo. Se cumplió en este mismo momento el deber de Jesús en la tierra. Toda la vida que vivió después de eso, y aun la forma de su muerte, fue un ministerio puramente personal de su parte para bienestar y elevación de las criaturas mortales en este mundo y en otros mundos.
El evangelio de la buena nueva de que el hombre mortal puede, por la fe, llegar a ser consciente espiritualmente de que él es hijo de Dios, no depende de la muerte de Jesús. Es verdad, en efecto, que este evangelio del reino ha sido enormemente iluminado por la muerte del Maestro, pero lo fue aun más por su vida.
Todo lo que el Hijo del Hombre dijo o hizo en la tierra embelleció grandemente las doctrinas de la filiación con Dios y de la hermandad de los hombres, pero estas relaciones esenciales de Dios y de los hombres son inherentes en los hechos universales del amor de Dios por sus criaturas y de la misericordia innata de sus Hijos divinos. Estas relaciones conmovedoras y divinamente hermosas entre el hombre y su Hacedor en este mundo y en todos los otros a lo largo y a lo ancho del universo de los universos, han existido desde la eternidad; y no son en sentido alguno dependientes de esas actuaciones periódicas de autootorgamiento de los Hijos Creadores de Dios, quienes así toman la naturaleza y semejanza de las inteligencias creadas por ellos, como parte del precio que deben pagar para adquirir finalmente la soberanía ilimitada de sus respectivos universos locales.
El Padre en el cielo amaba de igual manera al hombre mortal en la tierra antes de la vida y muerte de Jesús en Urantia que después de esta exhibición trascendental de asociación de hombre y Dios. Esta poderosa transacción de la encarnación del Dios de Nebadon como hombre en Urantia no podía aumentar los atributos del Padre eterno, infinito y universal, pero sí enriqueció y esclareció a todos los demás administradores y criaturas del universo de Nebadon. Aunque el Padre en el cielo no nos ama más por esta encarnación de Micael, todas las demás inteligencias celestiales sí lo hacen. Y esto se debe a que Jesús reveló, no solamente a Dios al hombre, sino asimismo hizo una nueva revelación del hombre a los Dioses y a las inteligencias celestiales del universo de los universos.
Jesús no está a punto de morir como sacrificio por el pecado. El no expía la culpa moral innata de la raza humana. La humanidad no tiene tal culpa racial ante Dios. La culpa es puramente una cuestión de pecado personal y rebeldía deliberada y de sabiendas contra la voluntad del Padre y la administración de sus Hijos.
El pecado y la rebelión nada tienen que ver con el plan fundamental de autootorgamientos de los Hijos de Dios Paradisiacos, aunque nos parezca que el plan de salvación es una característica provisional del plan autootorgador.
La salvación de Dios para los mortales de Urantia habría sido igualmente eficaz y perfectamente certera si Jesús no hubiese sido puesto a muerte por las manos crueles de mortales ignorantes. Si los mortales de la tierra hubieran recibido favorablemente al Maestro y si él hubiera partido de Urantia por abandono voluntario de su vida en la carne, el hecho del amor de Dios y de la misericordia del Hijo —el hecho de la filiación con Dios— de ninguna manera habría sido afectado. Vosotros los mortales sois hijos de Dios, y sólo una cosa se requiere para que esta verdad se vuelva un hecho en vuestra experiencia personal, y ésa es: vuestra fe nacida del espíritu. Pág.-2002/2003 -Tomado del Doc. Nº186 del Libro de Urantia-

lunes, 29 de marzo de 2010

...La Eternidad

Tú debes sentirte seguro 
de la absoluta imposibilidad
de la aniquilación del alma.

Su esencia nunca empieza a ser,
y, por lo tanto, nunca puede cesar de ser.

Ella tuvo una eterna realidad
antes de llegar a ser un alma individual,
y, por consiguiente, debe tener
la misma eterna realidad después.

William Law