viernes, 13 de noviembre de 2009

La máscara individual es lo que nos impide ver nuestro auténtico rostro divino.


Los Maestros de la no-dualidad han definido el concepto del ego de diferente manera en función del aspecto que más han destacado. Así, en líneas generales, Sri Bhavagan Ramana ponía el énfasis en la función del ego como identificación con el cuerpo, con un nombre y una forma. Ramesh Balsekar polariza su enseñanza en torno al ego en cuanto a supuesto autor de acciones. Sri Nisargadatta adoptaba, desde el comienzo de su exposicón, el punto de vista de lo Absoluto y todo lo demás ni siquiera entraba en su consideración. Sri Ranjit igualmente apuntaba directamente a lo que él llamaba el Parabhraman con su recurrente consigna de "vaya más allá de cero y usted es"...

Esta es una de las razones por las que siempre hemos considerado que es beneficioso estudiar distintas expresiones de la enseñanza porque todas ellas, si son legítimas, lejos de contraponerse se complementan y permiten tener tantos enfoques como nos es posible para, quizá, a través de uno de ellos penetrar hacia la Comprensión.

Hoy vamos a traer un extracto de un interesante libro, que en otra ocasión comentaremos, en el que se hace una descripción tanto del concepto del ego como de las consecuencia que comporta su paradójica existencia-no existencia.

En algunas tradiciones orientales se conoce como avidya, o ignorancia fundamental, el olvido de la propia naturaleza real, motivado por la identificación con una entidad presuntamente autónoma. Es un concepto que tiene cierta similitud con la idea de pecado original, planteado en Occidente, que hace referencia a la pretensión del ente finito de ser como Dios. Se trata, básicamente, de tomar lo relativo por absoluto, de atribuir substancialidad a lo puramente fenoménico, de ver el Sí mismo en lo que es tan sólo uno de sus reflejos. El ser individual, oscurecido por esta distorsionada visión, concibe su existencia como un hecho separado de la totalidad de las cosas y de su fuente común. Considera su individualidad como un centro independiente y libre, y, desde ahí, contempla el resto del universo como meros objetos de su deseo o repulsión.

Nuestra sensación habitual de ser individuos separados y "metidos dentro de un saco de piel" es una alucinación. Tenemos una percepción falsa y engañosa de nosotros mismos como seres encerrados en un cuerpo y mente, aislados y enfrentados a un mundo exterior, ajeno y extraño. Sufrimos la pretenciosa ilusión de ser personas autónomas, dueñas y controladoras de nuestras propias acciones, aunque nos movamos mecánicamente bajo el dictado de los apegos y los miedos. Nos encontramos hipnotizados por la idea errónea de ser individuos segregados y permamentes, y pasamos la vida defendiendo esos fantasmagóricos personajes, al precio de una perpetua ansiedad y crispación. No nos damos cuenta que aferrarnos al presunto ego duradero es abrazarnos a la muerte, porque él es, precisamente, el mayor obstáculo para el descubrimiento de la vida eterna de nuestro verdadero Sí mismo. La máscara individual es lo que nos impide ver nuestro auténtico rostro divino.

Extraído de "Siendo nada, soy todo" de José Díez Faixat.
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