La deidad primordial que de la nada misma se gestó, el que por haber sido inventor de sí mismo no precisa justificación ontológica alguna, se llama Moyocoyani, “el que se creó a sí mismo”. Esta entidad se pensó y se inventó para constituir el principio y generar todo lo que a la postre llegó a existir. Queda denominado y definido por la profunda noción in nelli teotl, “dios verdadero” que se refiere a aquel fundado, cimentado en sí mismo. Es el verbo de la creación y está constituido por el ollin, “movimiento” y las sustancias cósmicas.
Conformado por el todo, se reúnen con él los opuestos, lo antagónico y por lo tanto es genitor del caos, pero como principio de la inteligencia es también el armonizador, el ordenador. Si bien es espíritu y materia (energía), fuego y agua, blanco y negro, estatismo y movimiento, caos y orden, vida y muerte, creador y destrucción, consecuentemente al acoplar en sí mismo las fuerzas contrarias de lo positivo y de lo negativo, es dual. Por eso se llama Ometeotl, “Dios de la dualidad” y vive en el Omeyocan, donde convergen los opuestos, el todo.
Por su naturaleza misma, Ometeotl es masculino y femenino y así se manifiesta simultáneamente como Ometecuhtli “Señor de la dualidad” y Omecihuatl “Señora de la dualidad”, y son la Pareja Creadora, dioses de la creación y de la vida.
También recibía el nombre de Tloque Nahuaque “dueño del cerca y del lejos”. Era la divinidad suprema y el principio de todo lo que existe. No intervenía directamente en los asuntos humanos. Se dedicaba a reposar y meditar en el Omeyocan, su morada divina, mismo sitio que estaba situado en la parte superior de los trece cielos. Allí se creaban también a los niños que nacerían posteriormente en la tierra.
Bibliografía
Yolotl Gonzalez Torres, Diccionario de Mitología y Religión de Mesoamérica, Larousse, México, 1995
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