Desde atrás del muro del Presente oí los himnos de la humanidad. Oí el sonido de las campanas que anunciaban el comienzo de la plegaria en el templo de la Belleza. Campanas moldeadas con el metal de la emoción y suspendidas sobre el altar sagrado, el corazón humano.
Desde atrás del Futuro vi multitudes que cumplían con su culto en el seno de la Naturaleza, sus rostros vueltos al Oriente, esperando la inundación de la luz de la mañana, la mañana de la Verdad.
Vi la ciudad en ruinas y que nada quedaba para hablar al hombre de la derrota de la Ignorancia y del tiempo de la Luz.
Vi a los ancianos sentados a la sombra de los cipreses y de los sauces, rodeados por jóvenes que oían sus narraciones de otros tiempos.
Vi a los jóvenes rasgueando sus guitarras y tocando sus caramillos, y a las doncellas bailando bajo los jazmines, con las trenzas al viento.
Vi a los hombres cosechando trigo y a sus esposa reuniendo las gavillas y cantando alegres canciones.
Vi a una mujer que se adornaba con una corona de lilas. Vi que la amistad entre el hombre y todas las criaturas se estrechaba, y familias de pájaros y mariposas, confiadas y seguras, que volaban hacia los arroyos.
Vi que no había pobreza; tampoco encontré exceso. Vi que la fraternidad y la igualdad reinaban entre los hombres.
Vi que no había médicos, porque cada uno tenía los medios y el conocimiento para curarse a sí mismo.
Encontré que no había sacerdotes, porque la conciencia había llegado a ser el Supremo Sacerdote. Tampoco vi abogados, porque la Naturaleza había tomado el lugar de los tribunales y regían tratados de amistad y unión.
Vi que el hombre sabía que él es la piedra fundamental de la creación y que se ha elevado por encima de la pequeñez y bajeza y ha arrancado el velo de la confusión de los ojos del alma. Este alma ahora lee lo que las nubes escriben en el cielo y lo que la brisa dibuja sobre la superficie del agua; ahora entiende el significado del perfume de las flores y las modulaciones del ruiseñor.
Desde atrás del Futuro vi multitudes que cumplían con su culto en el seno de la Naturaleza, sus rostros vueltos al Oriente, esperando la inundación de la luz de la mañana, la mañana de la Verdad.
Vi la ciudad en ruinas y que nada quedaba para hablar al hombre de la derrota de la Ignorancia y del tiempo de la Luz.
Vi a los ancianos sentados a la sombra de los cipreses y de los sauces, rodeados por jóvenes que oían sus narraciones de otros tiempos.
Vi a los jóvenes rasgueando sus guitarras y tocando sus caramillos, y a las doncellas bailando bajo los jazmines, con las trenzas al viento.
Vi a los hombres cosechando trigo y a sus esposa reuniendo las gavillas y cantando alegres canciones.
Vi a una mujer que se adornaba con una corona de lilas. Vi que la amistad entre el hombre y todas las criaturas se estrechaba, y familias de pájaros y mariposas, confiadas y seguras, que volaban hacia los arroyos.
Vi que no había pobreza; tampoco encontré exceso. Vi que la fraternidad y la igualdad reinaban entre los hombres.
Vi que no había médicos, porque cada uno tenía los medios y el conocimiento para curarse a sí mismo.
Encontré que no había sacerdotes, porque la conciencia había llegado a ser el Supremo Sacerdote. Tampoco vi abogados, porque la Naturaleza había tomado el lugar de los tribunales y regían tratados de amistad y unión.
Vi que el hombre sabía que él es la piedra fundamental de la creación y que se ha elevado por encima de la pequeñez y bajeza y ha arrancado el velo de la confusión de los ojos del alma. Este alma ahora lee lo que las nubes escriben en el cielo y lo que la brisa dibuja sobre la superficie del agua; ahora entiende el significado del perfume de las flores y las modulaciones del ruiseñor.
Khalil Gibran
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