domingo, 20 de marzo de 2011

Entre Dogmas y Creencias...


Nos damos cuenta de que la vida es desagradable, dolorosa, triste; 
deseamos alguna clase de teoría, alguna clase de especulación o 
satisfacción, alguna clase de doctrina que explique todo esto, y así 
quedamos atrapados en explicaciones, palabras, teorías, y gradualmente 
las creencias echan raíces muy profundas y se vuelven inconmovibles, 
porque detrás de esas creencias, de esos dogmas, está el miedo constante 
a lo desconocido. Pero jamás miramos ese miedo; le volvemos la espalda. 

Cuanto más fuertes son las creencias, más fuertes los dogmas. Y cuando 
examinamos estas creencias: la cristiana, la hindú, la budista, 
etcétera, encontramos que dividen a la gente. Cada dogma, cada creencia 
tiene una serie de rituales, de compulsiones que atan y separan a los 
seres humanos. De modo que empezamos una indagación para averiguar qué 
es lo verdadero, cuál es el significado de esta desdicha, de esta lucha, 
de este dolor; y pronto quedamos atrapados en creencias, rituales, teorías. 
 La creencia es corrupción, porque detrás de la creencia y la 
moralidad se esconde la mente, el «yo» -el «yo» que se vuelve cada vez 
más grande, poderoso y fuerte-. Consideramos que la creencia en Dios, la 
creencia en algo, es religión. Pensamos que creer es ser religioso. 

¿Comprende? Si no creemos, se nos considerará ateos, seremos condenados 
por la sociedad. Una sociedad condenará a los que creen en Dios, y otra 
sociedad condenará a los que no creen. Ambas son la misma cosa. Así 
pues, la religión se vuelve una cuestión de creencia; y la creencia 
actúa y ejerce su influencia sobre la mente. De ese modo la mente jamás 
puede ser libre. Pero sólo en libertad podemos descubrir qué es lo 
verdadero, qué es Dios; no podemos hacerlo mediante ninguna creencia, 
porque nuestra creencia misma proyecta lo que pensamos que debe ser 
Dios, lo que pensamos que debe ser la verdad. 
J. Krishnamurti 

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