viernes, 20 de noviembre de 2009

Es inútil el lamento ante el sufrimiento


En tiempos de Buda, una mujer del lugar perdió a su único hijo. Desesperada y no estando dispuesta a aceptar su muerte, quiso volverlo a la vida por cualquier medio.

Después de buscar infructuosamente a alguien capaz de resucitar a su hijo, le dijeron que Buda tendría la medicina para lograrlo.

El Buda le dijo que conocía el remedio, pero para prepararlo necesitaba algunos ingredientes. Debería conseguir un puñado de semillas de mostaza que procedieran de un hogar donde nunca hubieran padecido la pérdida de un ser querido.

La mujer, esperanzada comenzó a recorrer casa por casa buscando las semillas, pero cuando preguntaba si alguna vez había muerto alguien allí, encontraba que en todas partes había fallecido alguno, y por más viviendas que visitó, ninguna se había librado del sufrimiento de la muerte de un familiar.

Al darse cuenta que su mismo dolor era experimentado en algún momento por todos, permitió que enterraran a su hijo y luego fue a ver a Buda.

Con gran compasión, Buda le enseñó que nadie se libera del sufrimiento y de la pérdida; y que ella no era la excepción. La ley de la muerte es que los seres vivos no son permanentes.

Esas palabras no eliminaron su sufrimiento pero disminuyó el dolor de luchar contra lo inevitable.

Los seres humanos tienen muchas estrategias para evitar el sufrimiento, ya sea usando sustancias químicas o drogas, o con mecanismos de defensa casi siempre inconscientes, o bien negándose a reconocer que tienen un problema, o sumergiéndose en distracciones o diversiones, y hasta proyectando inconscientemente su propia frustración en los demás.

Todos estos mecanismos son paliativos transitorios que no liberan del sufrimiento para siempre, porque tarde o temprano vuelve a surgir con más fuerza.

El sufrimiento que no podemos evitar es mejor reconocerlo y aceptarlo. No pensar puede aliviarnos temporariamente pero enfrentar el dolor nos liberará del temor y nos hará sentir libres.

Las convicciones desempeñan un papel importante si consideramos al sufrimiento como parte de la vida, porque percibir la vida como un todo cambia la actitud que se asuma ante el sufrimiento; y si adoptáramos una actitud de mayor tolerancia al sufrimiento serviría para no sentirnos infelices, descontentos o insatisfechos.

El sufrimiento es la naturaleza fundamental de la existencia no iluminada, porque si en ese momento se puede contemplar la situación desde otro ángulo, se puede llegar a vivir como algo bastante natural.

Las causas profundas del sufrimiento son la ignorancia, el deseo y el odio. La ignorancia es la falsa percepción de la verdadera naturaleza de la realidad, el deseo es la causa del sufrimiento y el odio es la proyección del dolor.

Si creemos que el sufrimiento es algo antinatural que no deberíamos experimentar, enseguida buscaremos a un culpable porque nos sentiremos una víctima.

Le echaríamos la culpa al gobierno, al sistema educativo, a nuestros padres abusivos, a una familia anormal, a la pareja, a unos genes defectuosos; y esa actitud puede servir solamente para perpetuar el sufrimiento que se transforma en sentimientos de cólera, frustración y resentimiento.

Y la venganza es un círculo vicioso porque se transforma en una cadena de venganza que a veces se llega a transmitir de una generación a otra.

Volver una y otra vez sobre los recuerdos dolorosos puede magnificarlos y es la mejor manera de alimentarlos y acrecentarlos.

Si consideramos el sufrimiento injusto estamos agregando un elemento más a la inquietud mental.

Si sabemos mirar, los grandes sufrimientos pueden dar como resultado cambios en la vida que nos proporcionan la posibilidad de enfrentar nuevos desafíos.

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